Agradecer a Raúl su aportación sobre el tema que trabajamos en este espacio, desde el ámbito que domina como profesor titular de la Universidad de la Rioja y en concreto de la filosofia del derecho. En sus publicaciones, desde siempre ha estado presente la igualdad, el pluralismo, la tolerancia.
Es un verdadero lujo contar con aportaciones de este nivel en nuestro modesto espacio virtual.
¿Qué es para ti, y cómo puede conseguirse, la
igualdad educativa?
Podríamos tener como punto de partida la paradoja de que un
“derecho igual” es un “derecho a la desigualdad”, entendido esto en el sentido
de que la igualdad no siempre se resiente con un tratamiento desigual; esto es,
en la consecución de una sociedad más justa en cuanto a más igual deberíamos
tener presente la existencia de distintas situaciones de partida, distintas
identidades, distintas necesidades de reconocimiento…. Habría que considerar,
por tanto, que la igualdad y la diferencia, a través del reconocimiento de la
identidad, están más cercanas de lo que nos pueda parecer. Sin embargo, esto en
ningún caso puede servir como tramposo argumento que pretenda justificar las
diferencias en tanto que naturales, ni como excusa para adoptar posiciones
relativistas del tipo de que todo vale, y que toda cultura es inconmensurable y
no puede ser valorada desde fuera. Centrados en lo educativo, tampoco puede
servir la consideración de la diversidad como excusa para políticas que en este
ámbito utilicen centros como aparcamientos de diferencias que se entienden
habitualmente como problema en la medida en que se vinculan con necesidades
específicas de apoyo educativo.
Con todo esto, la igualdad educativa que, sin duda, debe atender a
la diversidad, puede definirse por su objetivo de remover las condiciones que
puedan hacer que personas en situación de vulnerabilidad tengan problemas de
inclusión social. Teniendo en cuenta que la relación entre derechos civiles,
políticos y sociales es una relación de necesidad (nadie puede estar seguro de
sus derechos personales si no puede decidir políticamente, ¿y cómo decidir
políticamente si no hay derechos sociales que garanticen una cierta igualdad?),
esto lleva a que el desarrollo de la igualdad educativa se presenta como algo esencial
en la construcción de una sociedad de personas que se defiendan de la
vulnerabilidad con las armas de los derechos y que alcancen con ellos el nivel
de empoderamiento suficiente para decidir y actuar de acuerdo a esas
decisiones. Así, el derecho a la educación, y en él su realización a través de
la igualdad educativa, se define como un derecho fundamental por su finalidad, por servir
a que las personas puedan alcanzar el nivel de humanización máximo posible, en
cada momento histórico.
Para conseguir la
realización de este derecho fundamental a través de la igualdad educativa se
trataría de pensar en la igualdad como facilitador de las mismas oportunidades
a todas las personas de nuestra sociedad, atendiendo, al mismo tiempo y en
cualquier caso, a las necesidades personales, y estando advertidos de que toda
política que arrase con criterios generalizadores puede llevar a cronificar
situaciones de desigualdad.
¿Qué
opinas del fenómeno de la segregación escolar?
En principio, lo entiendo
como reflejo perverso de la misma segregación con la que nos empeñamos en
construir nuestras sociedades. Así, aun siendo consciente
de que el problema hay que leerlo en clave de concentración en determinados
centros de necesidades específicas de apoyo educativo, lo cierto es que la
relación con el extraño está muy presente en los motivos que llevan a la
segregación escolar. Por eso, de la misma forma que en nuestras sociedades
levantamos muros para protegernos del otro, del extraño, esto también lo
hacemos en el ámbito educativo, nos refugiamos, refugiamos a nuestros hijos en
“comunidades de mismidad”. Más aún, en nuestras sociedades buscamos la
homogeneidad como un valor, un antídoto que nos ha de guardar de los riesgos
que encarna el extraño. Esta homogeneidad social que se pone de manifiesto en
barrios, ocio, escuelas…, se refuerza con la segregación sin darnos cuenta de
que con ella reducimos, precisamente, nuestra capacidad para convivir con la
diferencia, y así no ocurre sino que se multiplica el riesgo de reacciones
mixofóbicas. El “remedio” para protegernos del extraño, de la imprevisibilidad
que supone el otro, acaba siendo un problema para la convivencia.
Además, esta segregación se
apunta todavía más grave en el ámbito educativo donde la guetificación y
segregación de unos se corresponde con la bunkerización de otros. De esta
forma, creo que no conviene ninguna concentración guetificadora que facilite,
sobre todo con políticas de austeridad, que los problemas crezcan
exponencialmente; pero también pienso que su existencia supone el negativo de
la existencia de islas de uniformidad en las que se niega la exposición a la
diferencia, recreando un mundo ficticio que luego, al salir a la calle, no se
va a corresponder a la realidad, generando una angustia que puede acabar
derivando en la mixofobia antes referida. Si cada uno es en la vida adulta lo
que es en el patio del recreo, mal puede funcionar en la vida compleja y
multicultural actual un sujeto educado en esas “comunidades de mismidad” a modo
de isla-bunker.
¿Cómo
podemos trabajar entre todos para erradicarla?
De lo que me planteáis,
probablemente esto es lo que me resulta más complicado si se trata de recoger
actuaciones concretas. No obstante, puedo apuntar algunas cuestiones que creo
básicas. Sin duda que si hablamos del derecho a la educación –y de la igualdad
educativa como forma de realizarlo– como derecho social, se exige un hacer por
parte de los poderes públicos. Esto es, siendo los derechos sociales, como el
derecho a la educación, derechos fundamentales, su diferencia con los civiles y
políticos está en la forma de desplegarse; y por eso requieren de un hacer por
parte de los poderes públicos. En este caso, hablaríamos de recursos
suficientes para realizar la igualdad educativa. Además, esta reivindicación de
más recursos debe ser más intensa si atendemos a que la situación actual de
creciente desigualdad afecta en mayor medida a los sujetos más vulnerables;
así, las políticas públicas también deberían de tener en cuenta en qué barrios
y en qué centros educativos, y con qué necesidades, se trabaja a la hora de
destinar recursos.
Pero como esas cuestiones
materiales son relativamente fáciles, “sólo” es cuestión de poner dinero y
ponerlo adecuadamente, creo que sería interesante trabajar otras cuestiones que
permitieran avanzar en un reconocimiento y una gestión democrática de la
diversidad con la que hacer frente a cualquier tentación segregacionista, ya
que, como apuntaba antes, si bien el problema inmediato puede ser la
concentración en determinados centros de alumnado con necesidades específicas
de apoyo educativo, detrás de él está latente una determinada consideración de
la diversidad y con ella del otro. En este sentido, pienso en la segregación
como algo que no es natural, sino fruto de una concepción ideológica en el peor
sentido de la palabra ideología, como prejuicio y manipulación. De esta forma,
se trataría de pensar líneas de trabajo que posibilitaran un cambio de las
cosas a través de un cambio de las personas, casi al modo de una transformación
social homeopática, con pequeñas dosis. Y para que esta transformación personal
devenga en transformación social resulta básica la reivindicación del espacio
público, y allí la escuela, todas las escuelas, como lugares de encuentro con
el extraño, como metáforas de las complejidades de nuestras sociedades,
entendiendo que lo complejo, incluso lo conflictivo, no tiene que ser
esencialmente algo negativo, sino que también aporta al crecimiento
democrático. En esos espacios públicos, en las escuelas y también en las
asociaciones vinculadas al ámbito educativo, es donde se puede activar el
diálogo entre las diversas alteridades, donde podemos comenzar a vencer miedos
y prejuicios hacia el otro –causa última de la segregación–, donde al final,
podemos dejar de vernos unos a otros como bárbaros y reconocernos en la
existencia del otro.
En definitiva, frente a la
realidad de segregación escolar harían falta cuestiones materiales y, en este
sentido, convendría una intensa reivindicación de recursos públicos; pero
también se necesitarían voluntades políticas que respondieran a la complejidad
de nuestras sociedades pensando actuaciones equilibradas y de acuerdo al
objetivo de conseguir sociedades cohesionadas; así como decisiones colectivas y
comunitarias que permitan tejer tramas de encuentro; y, finalmente, cambios en
las personas para que vieran al otro más allá de lo que supone de inseguridad e
imprevisibilidad, de factor generador de miedo, consiguiendo, así, una
intención decidida de buscar la pluralidad, no a pesar de nuestras diferencias,
sino gracias a ellas.
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