domingo, 8 de febrero de 2015

REFLEXIONES ACERCA DE LA IGUALDAD (Raúl Susín Betrán)



     Agradecer a Raúl su aportación sobre el tema que trabajamos en este espacio, desde el ámbito que domina como profesor titular de la Universidad de la Rioja y en concreto de la filosofia del derecho. En sus publicaciones, desde siempre ha estado presente la igualdad, el pluralismo, la tolerancia.
  Es un verdadero lujo contar con aportaciones de este nivel en nuestro modesto espacio virtual.
 
¿Qué es para ti, y cómo puede conseguirse, la igualdad educativa?

     Podríamos tener como punto de partida la paradoja de que un “derecho igual” es un “derecho a la desigualdad”, entendido esto en el sentido de que la igualdad no siempre se resiente con un tratamiento desigual; esto es, en la consecución de una sociedad más justa en cuanto a más igual deberíamos tener presente la existencia de distintas situaciones de partida, distintas identidades, distintas necesidades de reconocimiento…. Habría que considerar, por tanto, que la igualdad y la diferencia, a través del reconocimiento de la identidad, están más cercanas de lo que nos pueda parecer. Sin embargo, esto en ningún caso puede servir como tramposo argumento que pretenda justificar las diferencias en tanto que naturales, ni como excusa para adoptar posiciones relativistas del tipo de que todo vale, y que toda cultura es inconmensurable y no puede ser valorada desde fuera. Centrados en lo educativo, tampoco puede servir la consideración de la diversidad como excusa para políticas que en este ámbito utilicen centros como aparcamientos de diferencias que se entienden habitualmente como problema en la medida en que se vinculan con necesidades específicas de apoyo educativo.

     Con todo esto, la igualdad educativa que, sin duda, debe atender a la diversidad, puede definirse por su objetivo de remover las condiciones que puedan hacer que personas en situación de vulnerabilidad tengan problemas de inclusión social. Teniendo en cuenta que la relación entre derechos civiles, políticos y sociales es una relación de necesidad (nadie puede estar seguro de sus derechos personales si no puede decidir políticamente, ¿y cómo decidir políticamente si no hay derechos sociales que garanticen una cierta igualdad?), esto lleva a que el desarrollo de la igualdad educativa se presenta como algo esencial en la construcción de una sociedad de personas que se defiendan de la vulnerabilidad con las armas de los derechos y que alcancen con ellos el nivel de empoderamiento suficiente para decidir y actuar de acuerdo a esas decisiones. Así, el derecho a la educación, y en él su realización a través de la igualdad educativa, se define como un derecho fundamental por su finalidad, por servir a que las personas puedan alcanzar el nivel de humanización máximo posible, en cada momento histórico.

     Para conseguir la realización de este derecho fundamental a través de la igualdad educativa se trataría de pensar en la igualdad como facilitador de las mismas oportunidades a todas las personas de nuestra sociedad, atendiendo, al mismo tiempo y en cualquier caso, a las necesidades personales, y estando advertidos de que toda política que arrase con criterios generalizadores puede llevar a cronificar situaciones de desigualdad.



¿Qué opinas del fenómeno de la segregación escolar?

     En principio, lo entiendo como reflejo perverso de la misma segregación con la que nos empeñamos en construir nuestras sociedades. Así, aun siendo consciente de que el problema hay que leerlo en clave de concentración en determinados centros de necesidades específicas de apoyo educativo, lo cierto es que la relación con el extraño está muy presente en los motivos que llevan a la segregación escolar. Por eso, de la misma forma que en nuestras sociedades levantamos muros para protegernos del otro, del extraño, esto también lo hacemos en el ámbito educativo, nos refugiamos, refugiamos a nuestros hijos en “comunidades de mismidad”. Más aún, en nuestras sociedades buscamos la homogeneidad como un valor, un antídoto que nos ha de guardar de los riesgos que encarna el extraño. Esta homogeneidad social que se pone de manifiesto en barrios, ocio, escuelas…, se refuerza con la segregación sin darnos cuenta de que con ella reducimos, precisamente, nuestra capacidad para convivir con la diferencia, y así no ocurre sino que se multiplica el riesgo de reacciones mixofóbicas. El “remedio” para protegernos del extraño, de la imprevisibilidad que supone el otro, acaba siendo un problema para la convivencia.

    Además, esta segregación se apunta todavía más grave en el ámbito educativo donde la guetificación y segregación de unos se corresponde con la bunkerización de otros. De esta forma, creo que no conviene ninguna concentración guetificadora que facilite, sobre todo con políticas de austeridad, que los problemas crezcan exponencialmente; pero también pienso que su existencia supone el negativo de la existencia de islas de uniformidad en las que se niega la exposición a la diferencia, recreando un mundo ficticio que luego, al salir a la calle, no se va a corresponder a la realidad, generando una angustia que puede acabar derivando en la mixofobia antes referida. Si cada uno es en la vida adulta lo que es en el patio del recreo, mal puede funcionar en la vida compleja y multicultural actual un sujeto educado en esas “comunidades de mismidad” a modo de isla-bunker.



¿Cómo podemos trabajar entre todos para erradicarla?

    De lo que me planteáis, probablemente esto es lo que me resulta más complicado si se trata de recoger actuaciones concretas. No obstante, puedo apuntar algunas cuestiones que creo básicas. Sin duda que si hablamos del derecho a la educación –y de la igualdad educativa como forma de realizarlo– como derecho social, se exige un hacer por parte de los poderes públicos. Esto es, siendo los derechos sociales, como el derecho a la educación, derechos fundamentales, su diferencia con los civiles y políticos está en la forma de desplegarse; y por eso requieren de un hacer por parte de los poderes públicos. En este caso, hablaríamos de recursos suficientes para realizar la igualdad educativa. Además, esta reivindicación de más recursos debe ser más intensa si atendemos a que la situación actual de creciente desigualdad afecta en mayor medida a los sujetos más vulnerables; así, las políticas públicas también deberían de tener en cuenta en qué barrios y en qué centros educativos, y con qué necesidades, se trabaja a la hora de destinar recursos.

    Pero como esas cuestiones materiales son relativamente fáciles, “sólo” es cuestión de poner dinero y ponerlo adecuadamente, creo que sería interesante trabajar otras cuestiones que permitieran avanzar en un reconocimiento y una gestión democrática de la diversidad con la que hacer frente a cualquier tentación segregacionista, ya que, como apuntaba antes, si bien el problema inmediato puede ser la concentración en determinados centros de alumnado con necesidades específicas de apoyo educativo, detrás de él está latente una determinada consideración de la diversidad y con ella del otro. En este sentido, pienso en la segregación como algo que no es natural, sino fruto de una concepción ideológica en el peor sentido de la palabra ideología, como prejuicio y manipulación. De esta forma, se trataría de pensar líneas de trabajo que posibilitaran un cambio de las cosas a través de un cambio de las personas, casi al modo de una transformación social homeopática, con pequeñas dosis. Y para que esta transformación personal devenga en transformación social resulta básica la reivindicación del espacio público, y allí la escuela, todas las escuelas, como lugares de encuentro con el extraño, como metáforas de las complejidades de nuestras sociedades, entendiendo que lo complejo, incluso lo conflictivo, no tiene que ser esencialmente algo negativo, sino que también aporta al crecimiento democrático. En esos espacios públicos, en las escuelas y también en las asociaciones vinculadas al ámbito educativo, es donde se puede activar el diálogo entre las diversas alteridades, donde podemos comenzar a vencer miedos y prejuicios hacia el otro –causa última de la segregación–, donde al final, podemos dejar de vernos unos a otros como bárbaros y reconocernos en la existencia del otro.

    En definitiva, frente a la realidad de segregación escolar harían falta cuestiones materiales y, en este sentido, convendría una intensa reivindicación de recursos públicos; pero también se necesitarían voluntades políticas que respondieran a la complejidad de nuestras sociedades pensando actuaciones equilibradas y de acuerdo al objetivo de conseguir sociedades cohesionadas; así como decisiones colectivas y comunitarias que permitan tejer tramas de encuentro; y, finalmente, cambios en las personas para que vieran al otro más allá de lo que supone de inseguridad e imprevisibilidad, de factor generador de miedo, consiguiendo, así, una intención decidida de buscar la pluralidad, no a pesar de nuestras diferencias, sino gracias a ellas.

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